Las batallas de flores, en otros tiempos, hacían gala de su nombre, y al cruzarse las carrozas en las calles ourensanas, se producía un intercambio de proyectiles entre los ocupantes de cada uno de los vehículos. El público no era ajeno a la batalla y dentro de sus posibilidades, (poca munición podía guardar en sus "alforjas"), atacaba la carroza que menos le gustaba, (o a la chica que más le atraía, que era una forma de llamar su atención).
Hoy por casualidad os muestro estas dos fotografías que Leopoldo Villar hizo allá por el 29, y estuvieron durante todo este tiempo separadas; creo que si las miráis atentamente, descubriréis que se obtuvieron el mismo día.
Me las han prestado los familiares de alguna de las bellezas que ocupaban los coches decorados, en concreto las familias Padilla y Gutiérrez Parada.
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