Sorprendentemente con risas, me confesaba que en su etapa del instituto día si día también sufría los “juegos infantiles” de quienes eran sus compañeros, y los amiguitos de estos. El juego era sencillo: entre varios “valientes” le hacían beber aceite de ricino “al gusto” y le hacían reposar unos minutitos para soltarlo. En ese momento Andrés solo tenía una obsesión: llegar desde la plaza del Trigo donde le habían “recetado”, hasta su casa en el Ribeiriño sin cagarse. Nunca lo consiguió, el bosque situado al lado de Salesianos fue su mejor resultado, pero lo normal era que llegara a casa “a calzón quitado” como él decía sin rencor. Cosas de niños….
Coro de Fátima donde Andrés debuto como cantante, según parece no lo hacia mal, pero de aquellas era muy difícil compatibilizar el trabajo con las aficiones.
El me contó quien era el Medallas, como eran las tardes en el Bar Tabaco, por qué los sacos de naranjas nunca daban el peso, y a veces ni siquiera el numero en aquella nueva estación de Canedo, me confirmo que la Calle Rey Soto era "solo una" hasta que las vías la rompieron junto algún camino mas, que la Troya no tenia nada que envidiar a las sociedades de Ourense, y que hacia años que no le apetecía regresar a su Ribeiriño, porque todos sus amigos se habían "ido".
Enamorado del fútbol, jugaba en la A.D. Couto, pero más como aficionado que otra cosa, fue de los primeros cantores del Coro de Fátima, empresario, trabajador asalariado, de todo hubo en su vida, incluso tres hijos y su Lolecha de la que estaba totalmente enamorado. La falta de ella fue el peor golpe que le dio la vida, y de alguna manera creo que no lo supero.
No me voy a extender mas, porque en otras de mis entradas y artículos seguirá estando presente mi amigo Andrés, son muchos los recuerdos y enseñanzas que me ha regalado.
Un abrazo Andrés.
No hay comentarios:
Publicar un comentario