Fotografías cedidas por Adolfo Rego Perez |
Guste o no guste son muy escasos los temas en los que no sea preciso una regulación; y el de la relación con animales es uno de los más delicados. Por experiencia propia sé que se les coge cariño con facilidad, y que en muchos casos son capaces de aportar más respeto y fidelidad que muchos humanos, pero….
Digo esto para intentar explicar la secuencia fotográfica que me envió mi buen amigo Adolfo Rego Pérez. Entendiendo la primera las demás ya excusarían explicación…. El que está en el suelo, es el lacero que a comienzos de los años sesenta ocupaba el puesto en nuestro ayuntamiento, y la señora que esta encima no está precisamente ayudándole por haberse caído, si no que le esta propinando una paliza para intentar liberar al perro que esté, haciendo su trabajo acaba de capturar. En la última imagen ya vemos a la mujer que ha conseguido su objetivo, mientras el lacero según me cuenta Adolfo salió por patas, ya que los vecinos decidieron apoyar a la señora.
Hoy habitualmente son las protectoras de animales las que se encargan de recoger a estos animales que por diferentes motivos viven abandonados en las calles; lo cual para ellos es muy duro y para los ciudadanos en ocasiones peligroso. (Habría que hablar de los medios con que hacen su trabajo, pero hoy no me quiero meter en eso). El caso es que a la vista de las fotos he intentado averiguar cómo era la vida del lacero en nuestro Ourense y esto es lo que he podido averiguar por medio de la prensa de “ayer”.
La primera referencia clara, la encuentro hacia 1910; con anterioridad, los municipales eran quienes al recibir aviso de la presencia de un perro con rabia (hidrofobia) acudían a capturarlo si era posible para sacrificarlo en el matadero o en más de una ocasión hacerlo donde lo encontraran, ellos mismos tenían cierto miedo al contagio por mordedura. Lo que sí es anterior es la existencia de la perrera, aunque es fácil confundirla con los calabozos municipales que se conocían también con ese nombre.
El Lacero era el encargado de recoger de las calles a todos los perros que no fueran acompañados o provistos de un bozal. (El tema gatos y otras mascotas como cerdos gallinas burros etc. hoy no lo tocare). El trabajo por desagradable y en ocasiones peligroso, además de mal pagado no atraía precisamente muchos candidatos al puesto, y normalmente lo ocupaban personajes llevados por la necesidad, u otros con pocos escrúpulos. En este punto debo señalar que las autoridades de manera errada con frecuencia decidían pagar por servicios en lugar de asignar un salario (solamente en 1918 el año de la gripe me consta que el lacero Antonio Cordeiro cobraba mensualmente 79 pesetas), esto era causa de que el lacero en ocasiones no dudara en coger animales incluso de las huertas y jardines particulares.En 1925 el censo de perros callejeros se había desmandado y fue necesario que el ayuntamiento pusiera freno. Se exigió el registro de estos en el concello junto al pago de una tasa por la placa identificativa que se les colocaba. Todos los no registrados podrían caer en manos del lacero y en un breve plazo de tiempo si no eran reclamados se eliminarían. La medida en lugar de solucionar, vino a empeorar el problema, ya que muchos propietarios por no pagar las tasas abandonaron a los animales. Llama la atención la actitud del lacero en aquellos años por la crueldad empleada, el diario La Zarpa lo denuncia así:
“Varios perros de esta localidad han venido a quejarse de la forma “imperruna” con que los trata el lacero municipal. Nos dijeron que este verdugo canino ha ahogado en plena calle a algunos gozquecillos y que a otros los ha hecho ir al patíbulo con la lengua fuera…”
En el 27 el alcalde Marcial Ginzo Soto publico en La Región el reglamento de tenencia de animales. (20 de abril del 27) y hubo que recordarlo en el 31
El tema se fue complicando porque los ciudadanos no veían bien la labor del lacero, pero al mismo tiempo entendían la necesidad de sacar de las calles a tanto animal como circulaba, máxime con las escasas medidas sanitarias que había lo que provocaba infecciones con facilidad. En 1934 al lacero Federico Pereira se le ordenaba “mas actividad en su trabajo”, y en el 40 se establecieron multas de 25 pts., por impedir realizar su trabajo al lacero. En 1941 ocupaba la plaza Blas Iglesias y en los 50 Félix Molina, el hermano de Argimiro Molina “O Paxaro”.
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