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Fotografía del blog: www.recuerdosdepandora.com |
En el número 11 del Boletín de Información Municipal , correspondiente a Octubre de 1958, encontré este relato escrito por Don Juan Manuel Amor, referido a uno de esos personajes que yo llamo entrañables: Pincholin.
Podría verse cierta crueldad en el relato, y de hecho para el amigo Fígaro, la tenia; pero pidiéndole disculpas y mil perdones al bueno del señor, tenemos que tener en cuenta que eran cosas de chiquillos.
Recuerdo que había un barbero en la calle del Obispo Carrascosa frente por frente al Palacio Episcopal. Un buen barbero por cierto, pero tenía un genio endiablado. Era un individuo sanguíneo, pequeño y grueso, con un vientre voluminoso que asomaba entre los flecos de una cortina de bambú, cuando atisbaba la calle desde el interior de la barbería, haciendo un curioso efecto, pues sólo se veía una barriga. Usaba un gran cinturón de anchura inusitada que le servía de faja.
Tenía un apodo, y todos los chicos del instituto al pasar, le llamaban por el mote y cuanto mas se enfurecía, más apostrofes añadía. Todas las mañanas, desde bien temprano, nuestro buen barbero no se daba punto de reposo en perseguir a los estudiantes, "¡Pincholín, barriga de verme, cincha de burro!" y Pincholín corría y corría detrás de los rapaces sin llegar a atrapar ninguno.
Un día llegó corriendo detrás de uno hasta el mismo Instituto, y el rapaz, para escapar de las iras de Pincholín, no se le ocurrió cosa mejor, que meterse dentro de un aula; mas quiso el azar que en aquella hora estaba explicando su asignatura don Salvador Padilla, que vio con la natural sorpresa como de pronto irrumpían en la clase, violando todas las reglas docentes, perseguido y perseguidor. El chico buscó la protección del Profesor escudándose en él.
Se armó un alboroto de mil demonios. Los alumnos trataban de sujetar a Pincholín sin conseguirlo. El rapaz daba vueltas y vueltas alrededor de la mesa del Profesor que, con asombrados ojos veía todo aquello sin comprender una palabra. Por fin entraron los bedeles y redujeron al barbero a la impotencia.
Se disolvió la clase y vinieron las explicaciones. Pincholín bramaba, bruaba y piafaba como indómito corcel. Don Salvador, que era un hombre extremadamente cortés, fino y caballeroso, trataba de calmarlo, aun sin entender nada de lo que ocurría, y en su afán pacificador, extremo la cortesía: ---- Pero ¿qué pasa señor Pincholín?..., cálmese señor Pincholín!... Señor Pincholín por favor...!".
Pincholín se llevó las manos a la cabeza y en gesto de desesperación exclamó: ---Usted Tambíen?...; Era lo que me faltaba! No hay derecho, cómo esta la enseñanza... ¡Pobre España!
Y se marchó abatido y desengañadp a su barbería a terminar de afeitar a un cliente que había dejado plantado a todo esto.
Muchos años después, terminada mi carrera y ejerciendo la profesión en Orense, pase un día por delante de la barbería y allí estaba Pincholín, como siempre, operando al cliente de turno. De pronto, en un instante revivieron en mi mente aquellos años de mi infancia, y sin poderme contener grité, imitando en la posible una voz de doce años: ---¡Pincholín barriga de verme! --- Pincholín salió como un toro del toril, me echo una mirada de duda y al no ver en toda la calle a ningún rapaz entró corriendo en el antiguo Palacio del Obispo; era la fuerza de la costumbre.
Salió al poco rato con un gesto de abatimiento y de desengaño exclamando en voz alta: ---Eu non sei dónde se meten istes ...! En la puerta le esperaba el cliente con media cara enjabonada sangrando por un corte en la mejilla, y protestando airadamente por tal proceder. La historia se repite, y ganas me dieron de echar a correr como en otros tiempos; y lo hubiera hecho de buen grado, si con ello fuera posible, quitarme veinte años de encima. Me fuí un poco avergonzado, pero en aquellos minutos volví a vivir intensamente toda una época lejana ya, y un sentimiento de ternura y agradecimiento hacia Pincholín, inundo mi alma por habérmela hecho recordar.
No se si sera mi imaginación, pero no se porque me parece que don Juan Manuel fue el chiquillo que se metió en la clase huyendo de Pincholín, y aún se atreve a repetir la hazaña. --- ¡ Hay si su padre y su abuelo levantaran la cabeza!!!