La ciudad se despedía con una larga recta |
Con poco tráfico en el cruce, accedió a la Avenida del Generalísimo Franco, ya en segunda marcha, dejando atrás el final del jardín del Posío. Nos adentramos, como con suficiencia automovilística, en la Avenida de Zamora, el coche, ya más suelto, y con la tercera marcha metida, alcanzaba casi los vertiginosos 60 km/h. La algarabía trasera de las leiteiras continuaba sin pausa. Entre el sonido de sus agudas voces y el traqueteo del motor se alzaba en el ambiente una cacofonía muy poco relajante, pero sin duda muy entrañable y embaucadora. Cruzamos el barrio de Mariñamansa, y al poco, torcimos a la derecha, hacia San Ciprián de Viñas. Ya parecía que entrábamos en el bosque medieval de mis ensoñaciones. El viaje continuaba con la fascinación del medio y el entorno. Y la compañía. Eladio, concentrado en situar correctamente al vehículo por el centro de la calzada, mirándome de reojo de vez en cuando. A mi lado un señor, joven, con un paquete en la mano, educado pero silencioso. Miré atrás, tal vez en busca de las sonrisas de aquellas ruidosas pero encantadoras mujeres.
"La Lechera" Tarjetón navideño |
El motor empezó a sonar distinto, más redondo y poderoso, la carrilana ya se movía autónomamente. La sonrisa orgullosa del Antelano se posó en mí, dirigiéndome al mismo tiempo un guiño de ojo, cómplice y triunfante, al menos eso creí ver. Tras subir corriendo alguna de las leiteiras - la velocidad ya era respetable conseguimos pasar Vilanova en un plis-plás. Entre un maravilloso monte, menos arbolado que antes, pero igualmente bello, alcanzamos el alto Do Corgo, desde donde se divisaba a lo lejos el campanario de la iglesia de San Miguel de Soutopenedo, y a sus estribaciones el pueblo, nuestro destino.
La llegada a Souto, Fotografía de Servan Barandela |
Esa visión panorámica, ilusionante y feliz, por la proximidad de la llegada, me hizo recordar los compases de una ranchera que mis padres entonaban (con dudosa afinación), en nuestros desplazamientos por carretera a Villagarcía de Arosa, y que más o menos decía así: “Ya estamos llegando a Pénjamo, Ya brillan allá sus cúpulas. Que desde lejos parecen un espejo, mi lindo Penja-moooo”... Continuando la carretera pendiente abajo, la carrilana ya ligera de esfuerzo con un sonido sobrado de potencia, incrementó poderosamente su velocidad. Los muelles del asiento nos hacían saltar, la carrocería chirriaba alegremente, las latas del techo tintineaban inquietantemente, el corazón vibraba con igual intensidad, adaptándose y casi recogiendo los mismos sonidos que le rodeaban. Emoción y contento por la superación de los obstáculos circulatorios y mecánicos, y la inminencia de la llegada. Mi madre y hermanas allí estarían, mis amigos de Souto también. Un poco mas y ya estamos. Al final de la bajada el pequeño puente, la curva a la derecha y otra subida, esta vez mucho mas leve y fácil de remontar por la velocidad del “vertiginoso” descenso. ¡Vamos p´arriba! A la izquierda la desviación a la iglesia, la pasamos, después a la derecha, la propia casa de Eladio y su garaje, los pasamos, bien. Seguimos subiendo, a la izquierda la casa do Ferreiro, vale, la pasamos, a continuación la desviación a Loiro de Abaixo, zas,...y desde las primeras casas de A Venda puedo ver, allá arriba, el pueblo, al lado de la casa de Lola, encima de la losa de piedra de la fuente, junto al puesto de las lavandeiras, allí estaban mis amigos, esperando nuestra llegada. Sentados en la piedra pude distinguir a Servandito, su hermano Julito, a Milucho, a Pepe Caeiro, a Elvira hija de Lola...También mi familia y gentes del pueblo y de los alrededores. Con un chirrido victorioso y arrogante la carrilana de detuvo su viaje, Eladio paró su vehículo allí mismo, en la carretera de tierra y piedras, junto a las casas del pueblo y la fuente de agua fresca. El viaje, mi viaje, a Souto había terminado felizmente.
Tras la aventura y las experiencias, comenzaría, sin duda, mi otro viaje, el de la vida.
En Denia, agosto 2019. Aurelio Álvarez Gómez.
GRACIAS AURELIO, quiero mas....
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