Rafael López Villar nos regala una nueva
colaboración, y en este caso con un tema de los que me apasionan: El Circo y la
familia Feijoo en particular, a pesar de que Rafael confiesa que no lo disfrutaba como la mayoría de niños debido a una mala experiencia, de
alguna manera el que nos escriba estas letras indican que una huella dejó en su
infancia.
Espero que os guste el relato,
y permitidme que aproveche de nuevo para reafirmar mi admiración por esa familia
circense Ourensana, que aún a día de hoy continúa cosechando éxitos con varios espectáculos,
pero especialmente con El Circo de los Horrores del entrañable Suso Silva.
Un
Fuerte abrazo. Y felicidades.
"Entiendo,
asumo, y en cierta forma me enorgullezco de ser un poquito especial, de salirme
un poquito de la norma, o al menos de mostrar muy poquito de todo lo que me
apetecería salirme de la norma. Y lo digo y anticipo porque, al contrario de la
mayoría de los mortales, que o no creen en él o lo ven lleno de llamas y
tridentes, tengo muy claro como es el infierno y cuáles son sus tormentos
principales.
El
infierno es un lugar donde se hace bricolaje todo el día y si quieres
divertirte te llevan al circo. Hay pequeños tormentos supletorios como comer
pan con chocolate o bocadillos de jamón, o mantener diálogos estúpidos en redes
sociales, pero eso es, como diría un catalán, a más a más.
Y saco a
colación esta pequeña reflexión porque cuando digo lo del circo todo el mundo
me mira muy raro, bueno y lo del chocolate, y lo del jamón. Como si mi poco
aprecio del circo fuera una pérdida de la inocencia infantil, una adultez
epatante. Pues no, parece ser que en cuestiones circenses mi inocencia no venía
en el paquete de base, porque nunca me gustó el tan alabado espectáculo. El
mayor del mundo, dicen.
La mayoria de musicos y tramoyistas eran Ourensanos, estos eran la banda del Circo París, una de las muchas referencias de los Feijoo. |
Mi niñez
discurrió, mi niñez madura digamos, allá por finales de los cincuenta y los
sesenta, época aquella en la que un empresario de ascendencia orensana era uno
de los grandes empresarios del Circo en España. No había Circo, en aquellos
años de memorias encontradas, que no estuviera bajo la batuta empresarial de Feijoo
y Castilla. Y Feijoo estaba en el círculo de amistades de mi padre y de mi tío
Julio. Como también eran amigos de la familia Silva, del Padre Silva y de su
hermano Pocholo, siento usar el nombre familiar pero ignoro el real, también
con vínculos en el mundo circense.
El caso
es que, de amigo a amigo y tiro porque me toca, no había espectáculo de circo
en Madrid del que no llegaran a casa, puntualmente, las entradas
correspondientes.
Todos
los espectáculos del Price, del antiguo, del que estaba en la Plaza del Rey, El
Gran Circo Americano, El Circo de La Ciudad de los Muchachos, todos, todos,
absolutamente todos los espectáculos recibían inevitablemente la visita del
funcionario de alto rango de turno y la de mi hermana y la mía. Porque ir al
circo era para nosotros tan habitual como ir a una sesión continua en el cine
los días de lluvia o al retiro los días que el tiempo lo permitía.
Incluso
cuando, con motivo del rodaje de la famosísima película ad hoc, se vació el
estanque del Retiro para montar allí un colosal escenario y los paseos
circundantes estaban llenos de extras, tramoyistas y personal vario, también
allí estaba yo, aunque en aquella ocasión, como no había función ni artistas,
yo disfrutara algo más de la visita.
¿Y quién
le pregunta a un niño si le gusta el circo? ¿Quién puede concebir que exista un
niño tan raro que no le guste el mayor espectáculo del mundo? Mis padres desde
luego no. Es más, cuando ya un poco más mayorcito yo intentaba explicar mi
fobia al circo me encontraba con la ancestral negativa de mi madre a reconocer
cualquier inconveniente en mi infancia, cualquier innecesaria discrepancia con
su verdad oficial.
Pocos
niños pueden presumir de haber visto en directo a las mayores estrellas del
circo de aquellos años. A Pinito del Oro, a Charlie Rivel, a Miss Mara, a los
Wallenda, padres e hijos, varios de los cuales cayeron cruzando las Cataratas
del Niágara, a Zampabollos y Nabucodonosorcito, a los hermanos Tonettí , a
Roberto Font, y tantos más, acróbatas, equilibristas, funambulistas, domadores
de todo tipo de animales, magos, antipodistas…
Pero
debo reconocerlo, y por eso nunca me gustó el circo, pocas veces vi más de
cuatro o cinco segundos seguidos, en directo, la actuación de alguno de ellos,
a pesar de estar presente. Yo veía las sombras que los focos proyectaban
sobre el suelo o sobre la carpa, miraba entre los dedos cuando la música daba
un descanso, descansaba cuando acababa un número y hasta que empezaba el
siguiente. Veía cuando las fieras recorrían la jaula pasillo que los llevaba
hasta la jaula central y hasta, justo, cuando el domador abría la puerta para
introducirse en la jaula donde ya lo esperaban los tigres, los leones, lo osos,
o cualquier otro espécimen que fuera a ser manejado. Y lo no veía desde tan
cerca que una vez que un caimán, en una pirueta, cayó fuera de la pista
fue a aterrizar en el regazo, en el colo, de mi tío Ramón, Ramón Cid Tesouro,
sentado a mi lado. ¿Qué cómo acabó el sucedido? No tengo ni idea, mi
mente está en blanco a partir de ese momento.
Nunca he
soportado los espectáculos de riesgo, nunca he disfrutado del peligro ajeno,
rara vez del propio, y mi infancia estuvo plagada de tardes de circo, del Circo
Price, del Circo Atlas, del Circo de la Alegría, del Circo Americano, del Circo
de la Ciudad de Los Muchachos. Pues eso, rarito.
Ya de
mayorcito, con hijos crecidos y en la universidad, decidí asomarme al Circo del
Sol, afamado espectáculo revisionista del circo tradicional. Eso sí, por mi
cuenta. Esta vez ni el señor Feijoo, ni su socio el Sr. Castilla, tuvieron nada
que ver con mi decisión. Increíble el espectáculo, el montaje, el vestuario,
los decorados, la música y los actores. Pero, como le pasaba a un conocido mío
cuando hablabas de cine, solo había dos posibilidades a la hora de evaluar una
película: o una película era globalmente buena o si empezabas a valorar el
guión, la fotografía, las localizaciones, inmediatamente te acotaba el
comentario con rotundidad: “O sea, una mierda de película”. Pues eso, que
aprecié el espectáculo pero no me gustó en absoluto.
Don
Manuel Feijoo, jienense de nacimiento, hijo de Secundino Feijoo, natural de
Celanova y fundador del circo Feijoo, nunca fue consciente del infierno que
otro niño orensano, de extrarradio como él, sufría varias veces al año gracias
a su gentileza.
Pero no
hay circo sin pan, y cuando encima la merienda, que indefectiblemente nos
acompañaba, era pan con jamón, apaga y vámonos.
Pero
este pan ya es de harina de otro costal, de otros recuerdos. Hoy he preferido
asomarme, entre los dedos, mirando a los reflejos de los focos, a mis
entrevistos recuerdos del circo. Y os aseguro que cuando pienso en cometer
alguna maldad mayor, pocas veces, que conste, me acuerdo del circo y se me
pasan las tentaciones. ¿Qué soy un exagerado? En todo caso ya lo dije al
principio, simplemente rarito.
Rafael Villar Marzo 2020
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