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1/6/22

Cosas de Javier III

      Hoy gracias a Javier recuperamos un texto del gran Vicente Risco; yo reconozco que no suelo utilizar los textos de los maestros porque se que se pueden encontrar en libros y en la red con facilidad. Si acaso como sabéis, aprovecho los de Manolo Rego, pero es por que el solía publicarlos por su cuenta en pequeñas ediciones y muchos de ello no llegaron al gran publico. 

   De todas formas admito que de vez en cuando incluir en ourensenotempo a los grandes le da "cache". Aquí tenéis la   La Plaza Mayor- Por Vicente Risco

Nos situamos en la Plaza Mayor, porque, antiguamente fue el centro y el corazón de Ourense. Éste “antiguamente”, tiene, en este caso, una dimensión de muchos siglos y una indeterminación de edad fabulosa.
En aquellos tiempos, en la Plaza era todo, lo mismo las fiestas que las revoluciones.
Los antiguos potentados que tenían casas en la Plaza Mayor de Ourense, recordemos, por ejemplo, al Conde de Troncoso, si acaso las vendían, trataban siempre de reservarse el derecho a ocupar un sitio en los balcones, para las procesiones, ceremonias de Semana Santa y fiestas de Carnaval. El señor Obispo tenía en gran estima el balcón desde la cual podía dominar la Plaza.
Las dos sonadas ceremonias anuales eran el Encuentro y el Desenclavo, que atraían las aldeas en masa. Familias enteras venían de víspera, y dormían en los soportales. Desde los balcones, la plaza parecía empedrada de cabezas humanas, y las escaleras de Santa María era como un inmenso y apiñado tendido de plaza de toros.
Pero además, todo el carnaval iba a dar a la Plaza, y en ella tenían lugar las ceremonias cívicas.
En la Plaza se juraron numerosas Constituciones de la Monarquía Española.
En una de las últimas, o acaso en la de la primera República, se había levantado, como de costumbre, un tablado, en medio del recinto, adornado con todos los atributos de rigor. Lo más notable fue la concurrencia de Jefes y Oficiales retirados del Ejército, vestidos con uniformes de año de la tos, entonces se decía “del año uno”, que a las señoritas que llenaban los balcones les hacían un efecto muy cómico.
El juramento se reducía, al parecer, a inclinar la cabeza al pasar por delante de aquello ante lo cual el juramento se prestaba. Una dama que había presenciado una de estas ceremonias, cuando después veía en su casa un mueble u objeto mal colocado, inclinado, ordenaba:
---¡ Poned aquello derecho, que parece que está jurando la Constitución ! .

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