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26/9/19

Recuerdos del Posío II. Por Aurelio Álvarez

La zona superior del Posío, donde estaba en aquellos momento la fuente de Osera que hoy alegra los jardines de Obispo Cesáreo era la habitual zona de juegos de canicas.

Hoy la segunda parte de la colaboración del amigo Aurelio, con la que podéis haceros una idea de las preocupaciones de un niño en aquellos años de la posguerra. 

LAS BOLAS ( de cristal) DEL DARÍO (Parte II)

.......  Durante los siguientes días, y tal vez semanas, inicié una “campaña mediática”, o de “promoción publicitaria”, o de “acoso y derribo”, como se diría cincuenta o sesenta años después, con la única posible conseguidora del milagro: mi madre.
      Así, de forma permanente y reiterada, y en cada ocasión y lugar, le explicaba las bondades y peculiaridades de las bolas en cuestión.  Si, mamá,…y los niños para poder darles con más fuerza, las rascan contra la pared, así resbalan menos. Cuando un niño te viene y te dice “¿Te juego a las bolas, cola de veras?”, significa que te estás jugando con él la bola que tienes. ¡Ah! y ¿sabes? Además de las de cristal, están las de barro, pero son muy feas. Otras son de piedra, o de mármol. Incluso de acero, que se usan para nosequé de los coches. Y las japonesas. Y las cháforas, que es la mejor de cada uno. Otras tienen dentro unos dibujos que parecen flores. Algunas son de porcelana. Y a la forma de jugar se le llama también, antecola, cola, rey de la foca, ganga, y… ¡Vale, vale niño!, que tu padre ha terminado la consulta y viene a comer. Déjalo, ya hablaremos en otro momento.

     Pero el bombardeo incesante, que no era premeditado sino “natural”...seguía todos los días.
    Se acercaban las Navidades y el milagro no se producía. Mi obsesión aumentaba en la misma proporción que el acopio de cantidades respetables de canicas de cristal que hacían  mis compañeros de clase. Algunos ya iban a clase cargados con bolsas con bolas de cristal a modo de tesoro, como hacían los romanos en las películas del cine Losada, a donde me había llevado mi hermana Marimar en dos o tres ocasiones, a la sesión infantil de las tres de la tarde.
        Mala y triste vida la mía que no podía ser ni un miserable indio sioux, con ricos abalorios adornando su cuello, ni un cruel romano con bolsa de denarios colgada al cinto. Mi existencia se tornaba aburrida y gris, como la bata de aquella dependienta.
    Cada tarde, al salir de clase, bajaba por la calle lateral del Instituto y me detenía un instante, o dos, en el escaparate del Darío. Seguía habiendo bolas de cristal. Su contemplación, por emocionante y rutilante, acrecentaba mi desazón. La esperanza, o tal vez mi infantil testarudez, se acrecentaba paulatinamente. Algún día bajarán de precio, me decía. Quizás alguien, me daría el dinero necesario para comprarlas. Porque, ganármelas jugando…con mi torpeza…difícil lo veía. Y mi bolsa, con las de barro, no era atractiva para transacción alguna.
Aurelio con su madre  Rita Gómez esposa del doctor Eustaquio Álvarez Eire

 La cosa se presentaba negra.
Una buena tarde, ya en las vacaciones de Navidad, vi a mi madre guardando algo en el cajón del armario de la vajilla del comedor principal (ese que era “de lujo” y por eso mismo no se utilizaba nunca).En ese instante la llamaron al teléfono que estaba situado al fondo del pasillo, al otro lado de la casa. Acudió rápida a la llamada telefónica y dejó entreabierta la puertecilla del armario. Con la intención de cerrarlo y colaborar en las tareas domesticas según mi sapiencia y habilidad, me acerqué y… de pronto…un golpe sentí en el corazón: una caja de cartón alargada, estrecha, medio abierta, asomaba apenas .Y en su interior se encontraban unos soldaditos de goma, todos del mismo color verde. Eran, claramente, unos infantes de marina del ejército americano de la Segunda Guerra Mundial, tal y como se describían en los cómics del Lucho, unidos por pequeñas gomas al fondo de la caja de cartón. Qué raro, me parece recordar que en mi carta a los Reyes Magos, había pedido, entre varias docenas de juguetes (casi la totalidad de las existencias de las jugueterías orensanas) unos soldaditos americanos similares, que había visto en la juguetería de Tobaris. En fin, ¿qué hacen aquí, si los Reyes aún no han llegado? Pero...además, hay una caja, a ver... ¡coñó!... ¡si son seis bolas de cristal! Pero, ¿qué hacen aquí estos juguetes?, casualidades de la vida, ¡coinciden con los que yo pedí en mi carta!
-Mamá, ¿y esto?...
La evasiva respuesta, mezclada de incoherencias y explicaciones incomprensibles, medio me convenció... de que no eran para mí.
Tuve que esperar a que en la noche mágica de Reyes, unos señores se introdujeran subrepticiamente en mi habitación, a la una de la madrugada o así, sin que yo me diera cuenta, ni que su sombra se asemejara a las de mis padres, sin llegar a verlos, y colocaran cautelosa y sigilosamente, sin que yo me enterase, por supuesto, unos paquetes, que al abrirlos casualmente cinco minutos después, (había que darles tiempo a los “Reyes”  que saliesen de casa por la ventana) tenían la misma forma que los que semanas atrás había descubierto en el armario del comedor.
Y sí, eran los soldaditos... ¡y las bolas de cristal del Darío!
El milagro se había producido. La alegría inmensa. Todo era luz y amor... Desde entonces me hice creyente y seguidor fiel de los Reyes Magos de Oriente.
 Y  las bolas del Darío, pasaron a formar parte de mi historia y de mi felicidad.
"Niño jugando a las canicas".
Foto de Jesus Maria Leon que podéis ver en su enlace original Clic Aquí
Aurelio Alvarez.
En Madrid, un día de Noviembre de 2017.

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